22 de junio de 2010

T.A.N.G.O. y disfrute en los baldíos del sur

TRABAJO.
Rafael Viñoly cercano a sus sesenta años, escribía en un articulo publicado en la revista Elarqa Nº 37 de Abril de 2001 : “Los jovenes lo saben más y mejor que nadie, y han comenzado a corregir los errores de una generación que entendió tardíamente que construir no es una forma de corrupción sino la única manera de entender”
Es que la actitud para esta nueva generación es de trabajo como practica vital, lúdica, instructiva y de socialización.
El trabajo nunca es desestimado, ni por la escala, ni por la complejidad, ni por el cliente, ni por el contexto.
Las oportunidades son escasas por lo que cada una de ellas es valorada especialmente. En el sur los jóvenes trabajan solos, o entregan toda su creatividad en estudios de otros profesionales, trabajan en arquitectura, en diseño, en gráfica, en arte o simplemente trabajan para sobrevivir. Se forman trabajando y trabajan formándose.
Saben que hacer y aprender arquitectura es pensar y trabajar en cualquiera de las múltiples manifestaciones que el territorio de la estética tiene.


ANTIHEIROICIDAD.
La arquitectura no cambiará el mundo. Podrá a lo sumo, si logra interactuar positivamente con su externalidad, contribuir a mejorar las condiciones de vida de algunas cuantas personas.
Los arquitectos que trabajan en los baldíos del sur tienen una actitud diferente a la de los arquitectos tradicionales, no pretenden ser héroes cambiar la trayectoria social con sus obras, no son los “elegidos” portadores de un mensaje de la sabiduría estética ni de “la buena educación”. Se saben falibles aunque reconocen sin embargo ser portadores de una serie de códigos, de registros, de información acumulada, decantada a partir de errores y aciertos que intentan poner, con humildad, al servicio de sus ocasionales clientes a los que conciben más como socios que como contraparte. Con ellos trabajan, no sobre ellos, seduciendo, no imponiendo, desplegando estrategias no prefijadas, adaptando y virando la acción como respuesta a los estímulos del mundo exterior.
No hay resistencia ni sumisión, hay simplemente calma búsqueda de lo nuevo a partir de las contradicciones y la fricción.


NEGOCIACIÓN.
Los arquitectos que actúan en los baldíos del sur negocian constantemente con su externalidad. Siempre hay alguien más en la conversación, no pasan su vida frente al espejo narcisista de la disciplina.
Negociar es un acto de humildad, supone siempre reconocer al otro. Requiere el conocimiento cabal de las propias fuerzas pero también y ante todo de los propios límites.
Negociar supone siempre sacrificar algo y ganar algo, por eso es indispensable saber discernir que es lo que no podemos perder.
La “negociación” no es la “participación”.
Hablar de dar “participación” al usuario desnuda la arrogancia del arquitecto. No se trata de que el arquitecto conceda generosamente “participación” a alguien en lo que en realidad ya era suyo.
Todo lo contrario, más bien se trata de asumir que la arquitectura y el urbanismo tienen como motor energías que necesariamente son ajenas o a lo sumo compartidas.
Negociar significa entender a la arquitectura como un arte diferente, además de técnico y estético, esencialmente económico y político.
La negociación no es negociado, mucho menos transacción.
La negociación supone superar el autismo y el heroísmo estéril, como única forma de constituirnos en agentes generadores y promotores de los cambios.
Negociar significa intentar continuar y por eso es enteramente digno.


GOCE.
Los arquitectos que actúan en los baldíos gozan profundamente al hacerlo. El sólo hecho de proyectar, pensar, construir y alterar unas condiciones predeterminadas les provoca placer.
El goce es un estado del alma, por eso es democrático y universal.
No requiere opulencia ni abundancia, sino predisposición a sentirlo, es simplemente placer.
La arquitectura en los baldíos continúa guardando un espacio para el goce.
Ya no la belleza eterna.
Ya no la perfección divina.
Ya no el equilibrio tranquilizante.
Sencillamente el goce.
El placer por el placer mismo. El placer de buscar en la materia, el espacio, en la luz. El placer de construir, de ser artífices de los lugares y las situaciones en los que se entretejen las vidas. Lugares que sólo existen al ser percibidos por alguien.
Exponer nuestros placeres es intentar provocarlos en el otro.


OPTIMISMO.
El optimismo es una actitud vital. No es positivismo, ni ingenuo voluntarismo. Es una predisposición favorable a conocer lo que vendrá. No habla de que la historia avance necesariamente en un sentido positivo, sino que tiene que ver con pensar que, más allá de esto, cada uno construye con mínimas decisiones su propia historia, microhistorias de gentes, personas, arquitectos y arquitecturas cuyas sumatorias delinean el sentido de las épocas y las generaciones.
Para los arquitectos que actúan en los baldíos del sur el optimismo es una actitud sencilla, humilde, de disfrute, de íntimo sentimiento.
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Por Marcelo Danza, desde Uruguay.

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